Por Andrés Mooney
Habíamos anunciado que si nada raro sucedía, el de Argüello obtendría una victoria cómoda y hasta incluso podía llegar el nocaut. Ganó ampliamente. Se llevó tres de los cuatro rounds y lo tuvo por la lona en el primero, por lo que era previsible que los jurados lo vieran vencedor en las tarjetas. Pero no llegó la definición categórica. No por escaso poder en sus puños (con un directo de izquierda, recordando su condición de zurdo, derribó a su rival en el primer asalto) ni por virtud del cordobés. Tampoco porque su rincón lo mandara a cuidar el triunfo, sabido es que a Olivero le gusta la pelea breve.
Zambrano no noqueó porque no quiso. Intentó boxear, de lejos, contragolpear y llevarse la victoria. ¿Está mal? Son gustos. La fanaticada quizá exija el golpe de cloroformo pero el pupilo de Olivero no boxea para la gente. Aunque cuidado: en tiempos que corren, hay que pegar, hay que noquear, hay que lastimar, hacer daño. La mezquindad en el boxeo se paga caro. Y si no pregúntenle a Lucas Matthysse lo que cuesta una victoria cuando no se da una paliza.
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