“¿Cómo fue?”, preguntan, sorprendidos, los más cercanos. Como si hubiera muerto un pariente, se acercan y dicen en voz baja: “Qué pena…”. Y la imagen de él en la ambulancia da la pincelada final de una situación dramática.
Un día iba a pasar, y es lógico. Nunca le regalaron nada y siempre tuvo que sudar para conseguir lo suyo. En la vida, en sus comienzos en el boxeo. Vivíamos una irrealidad de niño mimado que se había olvidado de sufrir y vagaba en la comodidad del triunfo. Debía subirse a “cumplir”, a hacer lo que todos daban por hecho iba a hacer: ganar. Y no tenía opción de sorprender, de luchar para ganar. Se lo privó de ese cosquilleo de no saber a quién se tiene en frente y qué pasará: días antes se lee un record y se avisa que tendrá la obligación de ganar, porque está todo dado para que eso ocurra.
¿Quién no perdió alguna vez? Por una u otra razón, todos. La conciencia descansa en paz cuando se hizo todo lo posible para ganar y no se da. Pero cuando hubo cosas que pudieron hacerse para evitar un hecho, entonces deja de ser un accidente para transformarse en un error. Buscar todo aquel que pese 69.853 Kg. en el país y enfrentarlo, es un riesgo que tiene su precio y ayer quedó evidenciado. Una vez, dos veces, puede pelearse en una categoría superior y zafar, no siempre. La altura, el largo de brazos y la pegada, disminuyen su potencial a medida que se sube de categoría: no es mucha altura para mediano-junior, el alcance es normal para Superwelter y la pegada es respetable pero no fulminante en esa división. Quizá subestimar las peleas, encararlas sin el respeto que se merecen, pasaron factura. Pensar más en la agenda de próximos festivales y preocuparse por buscar un título y no trabajar para mejorar en el gimnasio, pudo haber sido una de las causas de esta derrota.
Pero ya pasó Fue un 23 de abril que quedará en la memoria de todos los que seguimos apostando en el crédito local, y servirá para aprender. La presión del invicto la tendrán sus rivales y su “mancha” en el record dará confianza a boxeadores de renombre que ahora sí buscarán enfrentarlo.
Habrá que trabajar. Sí, seguir dándole para adelante. Como siempre. Parece que el camino va a ser duro y con lo que se viene haciendo, no alcanza. Pulir defectos en la defensa, en distribución del castigo, además de mañas que ayudan a pasar un mal rato a un boxeador: amarrar, escupir el bucal, etc., son algunas de las tareas que tendrán el Luifa y el profe Olivero.
La ilusión sigue intacta La fe es la misma de siempre. Hoy más que nunca, sabemos que depende solo de él, de nadie más. Si quiere, si se lo propone, tendrá que salir del país para encontrar oposición en categoría Welter.
¿Tan malos eran?
No más de 20 personas se dirigieron al fondo del salón y desde allá cantaron como de costumbre. Un bombo y un redoblante intentaban darle color al festival, pero, tambiém como de costumbre, fueron callados. Víctor Correa, árbitro de la pelea central, detuvo las acciones en medio de la pelea (justo cuando Luifa era dominador del pleito) y, cruzando los brazos, pedía que se callen. No avisó a la mesa donde estaban las autoridades, si no, él mismo se comunicaba con la hinchada. Tomó un protagonismo que no le correspondía, que no era necesario. El reglamento argentino de boxeo, en su artículo 09.17, dice del árbitro, textualmente: “Deberá intervenir cuando las circunstancias lo exijan, en forma serena pero enérgica, evitando ademanes exagerados. Bajo ningún concepto podrá dirigirse con palabras o gestos a quienes no sean considerados autoridades del evento”. ¿Lo habrá leído Correa, lo sabrá? Un juez de la pelea, me respondió esa noche que estaba bien lo que hizo, que era “la máxima autoridad”. Seguro, basándose en el reglamento antiguo, empolvado, con que se manejaba el boxeo hace décadas, y no el actual que, apostaría, no tienen impreso en sus bibliotecas.
El árbitro debe impartir justicia, ser la máxima autoridad dentro del ring, no dialogar con el público como si dirigiera el tránsito. No se discute, es el mejor árbitro de Córdoba, es cierto. Y allí está la gravedad del caso. No escuchar la campana - o decir no escucharla- por un bombo que está a 20 metros, es alarmante. Creo que la rigurosidad de los estudios médicos realizados a boxeadores, tendrían que ser extensibles a las distintas autoridades. ¿Qué sucedería si le toca arbitrar, por ejemplo, en festivales donde el público supera las 20.000 personas (Yésica Marcos, por ejemplo)?, ¿Cómo haría cuando pelee cualquiera de los argentinos apoyados por el gremio de los camioneros? Es entendible que se evite el clima de una cancha de fútbol, porque es un deporte donde la adrenalina está a la orden del día y el alcohol ayuda a caldear los ánimos. Pero no es Tenis. No matemos la fiesta, el folklore. Es cultural, lo vivimos así al deporte los argentinos. Cuando hay un ídolo en una competencia, es inevitable que la gente apoye, y Luifa es eso, ídolo. Ayer perdió, por nocaut. De local, en su casa, con la hinchada de siempre. Esa barra que canta, alienta, ¿En algún momento atinó a cometer un acto de violencia? ¿Se acercó si quiera, al ring? ¿Tan malos eran?